martes, 26 de junio de 2012

Cansado de andar con un pie detrás del otro, de caerme tantas veces y volver a levantarme de nuevo, me pierdo en el cúmulo de mis pensamientos. La abstracción me arropa en su regazo y pierdo la conciencia de lo que me rodea. Poco a poco asciendo hasta las estrellas: donde no puedo tropezar.

Observo el mundo desde otra perspectiva. Miro a la humanidad por encima del hombro, como si de seres inferiores se tratase...

Se suceden los atracos, disparos innecesarios contra los vendedores por un poco de dinero. Mueren inútilmente cientos de personas, civiles en medio de una guerra, de hambre al no tener nada que llevarse a la boca... Es el clímax de la avaricia y de los pecados capitales. Todo es un caos con su propio orden universal... Me da asco y por desgracia yo formo parte de eso. Aunque, por unos instantes, haya olvidado que formo parte de ello.

Mientras aumenta cada vez más mi odio hacia ese ser que destruye sin crear, ese virus terminal, (ya que, al fin de al cabo, es un hecho que la Tierra estaría mejor sin la humanidad) escucho a alguien sollozar... Eres de nuevo tú, junto al sauce donde grabamos nuestros nombres. Tus lágrimas rompen mi burbuja  y me tiro de cabeza a la Tierra cual cohete sideral, deseando estrecharte entre mis brazos y ponerle así fin a tu llanto. Pero escribí mal las coordenadas y me acabo estrellando contra el suelo. Levantas la cabeza y tratas de entrever al causante del alboroto, pero un velo de tristeza te impide ver más allá de tus problemas.


Bajo por la grieta nacida del impacto hasta llegar al infierno. Allí, en las puertas del Averno, me reciben Lilit y Sammael estrechándome entre sus brazos. Me ofrecen una lujosa alcoba y un par de prostitutas costosas que tiñen mi cuerpo de carmín y lujuria. Que hacen de mis noches un torbellino de sexo y placer.


Y aquí espero, utilizando las ratas de almohada y a los sueños de alimento. Aquí espero hasta encontrar fuerzas para levantarme... De nuevo...